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LA CENTENARIA PRESA DE EL VILLAR: CRÓNICA DE UNA OBRA CLAVE PARA EL ABASTECIMIENTO A MADRID

Al finalizar su construcción, en 1882, no solo era la presa más alta de España, sino también una de las más elevadas y avanzadas de Europa


De planta curva, tiene una altura de 50 metros y una longitud de coronación de más de 100

De las muchas presas que hemos gestionado a lo largo de nuestra historia, la de El Villar tuvo una importancia mayúscula por el hito que supuso su construcción hace más de cien años.

Para encontrar la génesis de esta decisiva obra hidráulica madrileña hay que retroceder a 1858, cuando las aguas del río Lozoya, almacenadas en el Pontón de la Oliva, llegaron por primera vez a Madrid para aliviar los problemas de abastecimiento que hasta entonces sufría la capital. 

La construcción del Pontón de la Oliva fue decisiva en aquel momento y ha pasado a los anales de la historia de Canal, pero lo cierto es que su vida útil se vio pronto apagada a causa de las filtraciones que sufría el embalse. A lo largo de los años, ingenieros y obreros fueron haciendo remiendos constructivos para minimizar las pérdidas de agua y mantener operativa la infraestructura, pero conocidas las dificultades por sellar plenamente los escapes de agua, se hizo evidente la necesidad de construir un nuevo embalse que hiciera olvidar las carencias del original: este nuevo embalse fue El Villar.

De planta curva y adelantada a su época

El ingeniero José Morer, que había diseñado la red de distribución de agua en Madrid, fue quien comandó las operaciones. Su misión consistía en conseguir el presupuesto y levantar una presa que retuviera el agua del deshielo para poder aprovecharla en verano. Junto a él, trabajaría mano a mano el ingeniero hidráulico que más confianza le merecía: Elzeario Boix. Juntos recorrieron el cauce del Lozoya en busca del mejor emplazamiento para la nueva infraestructura, que situaron 22 kilómetros aguas arriba del Pontón de la Oliva.

Tras analizar el terreno, los dos quedaron convencidos. Las laderas a ambos lados del cauce y el fondo estaban formados por rocas de enorme dureza, lo cual ofrecía la seguridad e impermeabilidad que buscaban.

Con la ayuda y supervisión de Morer, Boix proyectó una presa que, por su concepción, tipología y construcción, constituiría la verdadera obra máster del abastecimiento a Madrid en el siglo XIX.

Atraído por las presas de planta curva, Boix decidió aplicar este diseño en El Villar. Esta curvatura fue, de hecho, uno de los principales aciertos que hicieron de El Villar una infraestructura adelantada a su tiempo. Para el manejo de las compuertas de toma, el ingeniero propuso que se realizara desde un torreón central adosado al paramento de aguas arriba, una seña de identidad que todavía confiere su personalidad propia a la presa. 

Presentado en abril de 1869, el proyecto de la presa recibió la luz verde apenas tres meses después. Una vez se hubo desviado el cauce del río y se hubieron realizado algunas operaciones previas, comenzó la cimentación. Fue en la primavera de 1870.

Récord de altura

El cuerpo de la presa se construyó con mampostería y hormigón de cemento de Zumaya, con un revestimiento de sillarejo y remates de sillería. Además, la rápida elevación del muro hizo que no fuera necesario esperar a su plena conclusión para que entrara parcialmente en funcionamiento: lo hizo en verano de 1873, cuando ya formaba un pequeño embalse de un hectómetro cúbico.

Las obras finalizaron en su totalidad en 1882. Para entonces, con 50 metros de altura y 107 metros de coronación, El Villar no solo era la presa más alta de España, sino también una de las más elevadas de Europa y de las más avanzadas en su concepción. Y lo más importante: retenía las aguas del Lozoya en un embalse con una capacidad de 22 hectómetros cúbicos de agua, lo que sin duda mitigó los problemas relacionados con el abastecimiento a Madrid. 

Desde aquel instante, la presa de El Villar se ha mantenido inalterable al paso del tiempo. Estoicamente ha resistido más de un siglo y hoy, en pleno siglo XXI, todavía sigue recogiendo las cristalinas aguas que beben los madrileños. 
 








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